martes, 29 de noviembre de 2016

Trump y el fascismo del siglo XXI

William I. Robinson, Alainet

Contrario a lo que se piensa, Donald Trump es miembro de la clase capitalista transnacional (CCT), ya que tiene fuertes inversiones alrededor del mundo y una parte muy importante de su "populismo" y discurso anti-globalización respondió a la demagogia y la manipulación políticas en función de la elección presidencial.

Asimismo, esta clase capitalista trasnacional y el mismo Trump dependen de la mano de obra inmigrante para sus acumulaciones de capital y no pretenden realmente deshacerse de una población en peonaje laboral debido a su condición de inmigrante y no de ciudadano/residente "legal". Sus pretendidos planes de deportación, reducidos en número ya como presidente electo, y sus propuestas de criminalización de los migrantes en una escala mayor, buscan, por un lado, convertir a la población inmigrante en chivo expiatorio de la crisis y canalizar el temor y la acción de la clase obrera ciudadana (mayoritariamente blanca) contra ese chivo expiatorio, y no hacia las elites y el sistema. Por el otro lado, los grupos dominantes han explorado como reemplazar el sistema actual de súper - explotación de la mano de obra inmigrante (con base en la no documentación), con un sistema de mano de obra inmigrante visada, esto es, con visas laborales ("guest worker programs” en inglés).

A la vez, Trump busca intensificar las presiones para bajar los salarios en Estados Unidos a fin de hacer "competitiva" la mano de obra norteamericana con la extranjera, o sea, con la mano de obra barata en otros países. La nivelación transnacional de los salarios hacia abajo es una tendencia general de la globalización capitalista que sigue en marcha con Trump, esta vez con un discurso de "volver competitiva" la economía estadunidense y "regresar los trabajos" a su país.

No hay que menospreciar la dimensión de extremo racismo de Trump sino analizar esta dimensión más a fondo. El sistema estadounidense y los grupos dominantes se encuentran en una crisis de hegemonía y legitimidad, y el racismo y la búsqueda de chivos expiatorios son un elemento central para desafiar esta crisis. Al mismo tiempo, sectores significativos de la clase obrera blanca estadounidense vienen experimentando una desestabilización de sus condiciones laborales y de vida cada vez mayor, una movilidad hacia abajo, "precarización", inseguridad e incertidumbre muy grandes. Este sector tuvo históricamente ciertos privilegios gracias a vivir en el considerado Primer Mundo, y por privilegios étnico-“raciales” con respecto a negros, latinos, etcétera. Van perdiendo ese privilegio a pasos agigantados frente a la globalización capitalista. Ahora el racismo y el discurso racista desde arriba canalizan a ese sector hacia una conciencia racista y neo-fascista de su condición.

Igual de peligroso es el discurso abiertamente fascista y neo-fascista de Trump que ha logrado "legitimar" y desatar los movimientos ultra-racistas y fascistas en la sociedad civil estadounidense. En esa dirección, he venido escribiendo sobre el "fascismo del siglo XXI" como respuesta a la grave y cada vez mayor crisis del capitalismo global, y esto explica el giro hacia la derecha neo-fascista en Europa, tanto del Oeste como del Este, el resurgimiento de una derecha neo-fascista en América Latina, el giro hacia el neo-fascismo en Turquía, Israel, Filipinas, la India y en muchos otros lugares. Una diferencia clave entre el fascismo del siglo XX y el del siglo XXI es que ahora se trata de la fusión no del capital NACIONAL con el poder político reaccionario, sino una fusión del capital TRANSNACIONAL con el poder político reaccionario.

El Trumpismo representa una intensificación del neo-liberalismo en Estados Unidos, junto con un mayor papel del Estado para subsidiar la acumulación transnacional de capital frente al estancamiento. Por ejemplo, la propuesta de Trump de gastar un billón de dólares (trillón en inglés) en infraestructura, cuando la estudiamos bien, es en realidad para privatizar esa infraestructura pública y trasladar impuestos de los/las obreras al capital en forma de recortes de impuestos al capital y subsidios a la construcción de obras privatizadas de tal infraestructura. Viene una época de cambios en EEUU y en todo mundo. Temo que estamos al precipicio del infierno. Seguramente habrá masivos estallidos sociales, pero también una escalada espeluznante de represión estatal y privada.

La crisis en espiral del capitalismo global ha llegado a una encrucijada. O bien hay una reforma radical del sistema (si no su derrocamiento) o habrá un giro brusco hacia el "fascismo del siglo XXI". El fracaso del reformismo de élite, la falta de voluntad de la élite transnacional para desafiar la depredación y rapacidad del capitalismo global, ha abierto el camino para una respuesta de extrema derecha a la crisis. El trumpismo es la variante estadounidense del ascenso de una derecha neofascista frente a la crisis en todo el mundo, el Brexit, el resurgimiento de la derecha europea, el retorno vengativo de la derecha en América Latina, Duterte en Filipinas, etcétera. En Estados Unidos, la traición de la élite liberal es tan responsable del trumpismo, como lo son las fuerzas de extrema derecha que movilizaron a la población blanca en torno a un programa de chivo expiatorio racista, misógino y basado en la manipulación del miedo y la desestabilización económica. Pero críticamente, la clase política que durante las últimas tres décadas ha prevalecido está más que en bancarrota y ha pavimentado la llegada de la extrema derecha y ha eclipsado el lenguaje de las clases trabajadoras y populares y del anticapitalismo. Ayuda a descarrilar las revueltas en curso desde abajo y ha ayudado a empujar a los trabajadores blancos a una "identidad" fundamentada en el nacionalismo blanco y ayudó a la derecha neofascista a organizarlos en lo que Fletcher denomina "un frente unido blanco y misógino".

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